Mi noche------
Mi noche------
Mi noche
Desde un lugar indeterminado soplaba un viento fresco salpicado en gotas. Un viento que dejaba la clara sensación de desamparo absoluto. Igualmente seguí caminando como quien tiene el consuelo de despertar tarde o temprano. Bajé la colina casi al trote, impulsado por el frío y la posición inclinada. Parecía un viejo pueblo deshabitado. A pesar de que no se veía a nadie, yo sabía que me estaban esperando.
Respiré hondo y avancé por la calle principal. Una ventana se cerró a lo lejos. Di la vuelta rápidamente pero sólo alcancé a ver un pantallazo, restos de un hermoso cabello lacio. Quizás era mi imaginación. Nada importante.
Seguí caminando con el frío plano entrando en mis ropas y en la segunda esquina salió un hombre alto y enojado. Me traía recuerdos pero era imposible. El hombre no tenía cara y se me ocurrió que tendría que representar algo importante para mí. Su enojo tomaba forma a partir de su novia, que lo empujaba hacia mí y le decía cosas despectivas al oído. No podía escuchar exactamente lo que decía pero sabía que le hablaba de mí. El novio daba zancadas y tocaba un timbre, un timbre igual al de mi departamento. Yo me acercaba sin alternativas. Mirando su rostro sin facciones le dije que no valía la pena, que entendía la situación pero no quería pelearme. Por detrás se agitaba su novia exigiendo una reacción. Y la reacción vino. Yo me enfurecí por la actitud y cuando hubo pasado la sorpresa del golpe inicial fui encima del cuerpo alto y poderoso y lo golpee con los nudillos, con el canto de la mano, le di violentas patadas en el estómago, tiré sus pelos, mordí sus brazos y hundí mis rodillas en su cuerpo caído. Después fui tras ella y sonó la voz de mi padre "nunca pegarás a una mujer". Yo ya lo sabía. La voz de mi padre era un sonajero inútil. La miré y le mostré los dedos con sangre. Ella lloró, corrió. Yo no sentí nada. Seguí caminando.
La noche se puso más oscura y fría, escuché unas puertas cerrándose definitivamente. Crucé la calle y bajé por un pasaje polvorienta. En eso alguien que iba a mi lado sin haber estado antes ahí me advirtió: "Cuidado, te quiere llevar". Di la vuelta y ahí estaba Mani Dinberg del colegio primario. Leucémia. Su abuela gritaba "llevame a mí Dios". Su abuela no estaba pero su presencia llegaba desde todas partes, en algún cementerio, gritando desconsoladamente. Mani me miraba y corría hacia mi mochila con la lengua afuera. Yo grité de horror pero me sobrepuse y pateé las sábanas que me cubrían y mostré los dientes. No voy. Me quedo acá. No voy, grité. Mani guardó sus manos en los bolsillos y se fue andando por una pequeña calle transversal. Triste, asustado.
Respiré hondo. Podía volver pero seguí calle adentro. Más profundo. Casi sin querer me metí en un viejo pupitre de madera. Las cabezas de mis compañeros se levantaban de a uno. Cada uno limpio, puro. Ágilmente corrían a mostrar sus trabajos. Yo no tenía trabajo. Había estado escribiendo al margen de la hoja con lápiz. Era un poema tonto, sin rima. Repentinamente la hoja desaparecía de mi vista y una boca obscena vociferaba mi poema en tono de comedia hacia la clase. Los guardapolvos se agitaban, las risas superaban mis posibilidades. Tuve ganas de llorar pero me paré y saqué la hoja de su mano y grité el poema y lo hice nuevamente y una vez más, con voz segura, con mi propia voz. Finalmente las risas se callaron y yo me erguí y los miré uno a uno a los ojos y salí de ese horrible lugar.
Iba a seguir caminando pero la noche parecía ser muy larga. Vendrían más cosas. Ya no podría decirse que tuviera miedo. Tenía tristeza por saber que no iba a encontrar un final. Entonces me di cuenta donde podría estar realmente el final. Retrocedí corriendo con el viento en contra y al comienzo del camino golpee las puertas de una vieja casona. Las ventanas se abrieron. Su cabello lacio flotaba, enmarcando un rostro bondadoso. Supo de mis poemas, de la injusticia, de mis miedos. Supo cuál era mi noche. Y me entendió.
Salimos de ese lugar y no volví jamás.
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